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Ya la usurpación está resignada a los anuncios salariales, cada primero de mayo. Le importa un bledo que agrave la realidad social y económica del país, como ha ocurrido por siempre, porque lo que le importa es la demagogia populista de un momento que pagamos cada vez más caro los venezolanos. Momento que se esfuma, dejando un saldo impresionante de hambrientos y enfermos. Faltando poco, pretende regular los precios en dólares.  Contra el más elemental sentido común, el decreto de aumento del salario nominal dispara todos los resortes de la inflación hasta los confines del espacio sideral. Esta bastardía es consciente, deliberada y culpable. El sojuzgamiento tal es el objetivo central. El promedio de los salarios mensuales expresados en dólares, en América Latina, es de tres dígitos; sólo Cuba y Haití, exhibe un bajo promedio de dos dígitos, pero los venezolanos ostentamos la desgracia de rondar entre dos y tres dólares. Los más variados indicadores internacionales, así lo corroboran con algunos matices o diferencias, pero todos coinciden en, apenas, un digito para Venezuela.

Nicolás Maduro se ha conformado con estos anuncios, vendiéndose con el obrero que llegó a presidente, aunque fue un insigne reposero del metro de Caracas, añales atrás,  porque desde hace un buen rato que  los socialistas perdieron la calle. Desde los mismos inicios de la larga TIRANÍA, ya para mediados de la primera década les fue imposible movilizar a las masas. Y, así, forzaron a todos los empleados de la administración pública para las marchas del Primero de Mayo que también se convirtieron en un modelo de negocios para sus promotores, ya que se hacían del realero sobrefracturado para instalar las tarimas,  los equipos de sonido y utilizar el frijolero de autobuses vacíos que siempre pintaron avenidas y calles desoladas.

Pero esa resignación a la que aludimos, también esconde otra: la creación de los aparatos sindicales PSUV. Trató de multiplicarlos y de crear una central bolivariana que tuvo un lógico y doble resultado. Por una parte, quedó en manos de los esquiroles, mandaderos, oportunistas que no tenían liderazgo alguno, por más que los promovieran a través de todos los medios del Estado. Y, por otra, por aquello de que parte y reparte se queda con la mejor parte, los reales invertidos fueron a parar al bolsillo de los más avispados de esa burocracia sindical, por lo demás, obesa y ostentosa. De esa burocracia, unos se quedaron para roer hasta el último centavo, bajo el más completo anonimato; y, otros, se hicieron los locos y se largaron, incluyendo a los más abnegados chavistas que intentaron o efectivamente se colaron en algunos partidos de la oposición.  Aunque el peor caso es el de Aristóbulo, quien una pila años atrás perdió las elecciones de la CTV, con todo el peso que ejerció el gobierno, y ha sido el gobernador y el ministro más anti-obrero de otros: a quien no le guste el bonito que dio el ministerio de Educación de cuatro mil bolívares (cuando el dólar superó la barrera de 200 mil por unidad), que se vaya a dar clases a otro lado. Esta sola frase puede servir de emblema para una historia del sindicalismo venezolano del siglo XXI que el socialismo conscientemente ha pulverizado.