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(San Carlos. 25/05/2020) En la Venezuela de hoy enmarcada en una crisis profunda en todos los ámbitos de nuestra vida diaria, nuestros niños son víctimas silenciosas sin capacidad  de defenderse por sí mismos. Sus miradas extraviadas y una mueca en vez de sonrisa, nos expresa en sus rostros una angustia contenida. 

Es difícil hablar de alegría  con un alto porcentaje de niños con tristeza, hambre y desnutrición y mucho menos crear ilusiones vanas que no se pueden cumplir. Mientras unos están en condiciones de riesgo otros permanecen encerrados sin poder canalizar sus energías,  esa que fluye de la juventud que emerge ante el freno de la madurez ajena.

A los niños está prohibido engañarlos, eso representa un trauma inolvidable para ellos. Ser niño, en cualquier latitud del mundo, implica un compromiso y las legislaciones para la infancia promueven instrumentos de defensa y protección considerándolos sujetos plenos de derechos.

En nuestra Venezuela de hoy, en pleno siglo XXI, nuestros niños son víctimas de un sistema perverso que los agobia convirtiéndose la niñez y la ancianidad en los seres más vulnerables de nuestra Patria.

Vemos como la desnutrición,  las enfermedades, la falta de apoyo y atención de un estado invisible, de una sociedad deprimida,  angustiada, que lucha por resolver lo cotidiano saltando grandes obstáculos integrada por familias que a duras penas pueden subsistir.

Allí, en ese entorno, vive la inmensa mayoría de nuestros niños una infancia que no se merecen y en los mejores años de su inocente vida se ven rodeados de miseria y dolor en vez de disfrutar la alegría de ser niños y reflejar en sus rostros la luminosidad de la inocencia y la esperanza.

Las noticias no dejan de preocuparnos, enfrentamos la  pandemia con un balance negativo en la situación de nuestra niñez. Con la totalidad de nuestros niños ausentes del sistema educativo y con un altísimo porcentaje de niños desnutridos, niñas y adolescentes embarazadas y practicantes de madres, niños jefes de familias, violaciones, maltratos intra y extra familiares, niños en situación de calle, niños que han perdido la vida por falta de atención oportuna  y otros por errores imputables al sistema de salud o a una sociedad indiferente.

Este terrorífico entorno hoy rodea a nuestros niños los hombres y mujeres que les tocará enfrentar el futuro de Venezuela. Se hace necesario un compromiso con ellos,  familia, sociedad, instituciones, gremios y organizaciones,  es decir, todos unidos, somos responsables y debemos brindarles protección,  formación  y atención integral. Debemos insistir en ayudar a rescatar la magia de la infancia y devolverla a nuestros niños  con alegría,  fe y entusiasmo.

Ellos merecen amor y respeto. Nos corresponde a nosotros los ciudadanos adultos sembrar en surcos de lucha nuestras voces y construir un futuro para nuestros niños donde su salud física, mental y espiritual sean la fuerza vital de su futuro. Tenemos el compromiso de formar una nueva generación fuerte y victoriosa, sensible y humana, trabajadora y competitiva  que nos permita vislumbrar una Venezuela próspera, brillante y glamorosa como ellos se merecen,  en libertad, para que puedan disfrutar las bondades de nuestra Venezuela,  bendecida por Dios, como tierra de gracia. Por ellos vale la pena luchar.

Mildred Landaeta D’Aubeterre