“La razón nos dice que todos hemos nacido iguales por naturaleza, es decir, con iguales derechos respecto de la propia persona y, por consiguiente, también con iguales derechos en lo referente a su preservación… y dado que todos los hombres son propietarios de su propia persona, también son propiamente suyos el trabajo de sus cuerpos y la labor de sus manos, una propiedad sobre la que nadie tiene derecho sino sólo él; de donde se sigue que cuando aparta una cosa del estado que la naturaleza le ha proporcionado y depositado en ella, mezcla su trabajo con ella y le añade algo que es suyo, convirtiéndolo así en su propiedad… Y dado que todos los hombres tienen un derecho natural sobre (o son propietarios de) su propia persona, sus acciones y su trabajo, lo que llamamos propiedad, se sigue con toda certeza que ningún hombre puede tener derecho a la persona y la propiedad de otro. Y si todos los hombres tienen derecho a su persona y su propiedad, tienen también derecho a defenderlas… y tienen, por tanto, derecho a castigar todas las ofensas a su persona y su propiedad” Reverendo Elisha Williams (1744).
Los argumentos del Reverendo Williams, como que si de un teorema matemático se
tratase, son lo suficientemente diáfanos como para que, sin lugar a
ambigüedades retóricas, puedan ser considerados racionales, esto es, sin que
puedan ser confundidos con la teología usando como contra argumento su oficio
religioso, deslegitimando convenientemente su carácter objetivo y con ello, reducirlos
a un asunto de valoraciones relativas
y/o subjetivas a la par de aquella máxima que dice “la belleza está en los ojos
de quién la ve”.
Durante una reunión de la American Political Science Association, la
distinguida politóloga Hannah Arendt (a la cual admiro), afirmó que el concepto
de “naturaleza del hombre” es puramente teológico y debe renunciarse a él en
todo debate científico. La postura de Arendt no es una rareza, puesto que a no
pocos intelectuales que se consideran a sí mismos “científicos”, la expresión
“la naturaleza humana” les causa el mismo efecto que el producido al
dejar caer unas gotas de sodio, potasio u otros metales alcalinos (del grupo 1
de la tabla periódica) en un recipiente con agua. “¡El hombre no tiene
naturaleza!” es el moderno lema en torno al cual se circunscriben las
opiniones, por lo que en consecuencia, se ha abandonado prácticamente la idea
de una ley natural basada en la razón y la investigación racional.
La afirmación de que existe un orden de leyes naturales accesible a la razón no
es, en sí misma, ni pro ni antirreligiosa. Este es un tema recurrente de mis
conversaciones con el Presidente de la Fundación Educando País, el sociólogo
venezolano, profesor José de Jesús “Chelín” Guevara. Sería absurdo afirmar, que
en los individuos, el derecho a la vida, la libertad y la legítima propiedad se
desprenden de la teología por el sólo hecho de que por ejemplo, en la
religión cristiana existan mandamientos que dicen “no matarás”, “no robarás” y
se asigne vital importancia al libre albedrio o se establezca que “debemos
ganar el pan con el sudor de nuestra frente” ¿acaso (por lo menos en occidente)
los no creyentes, agnósticos o ateos no siguen estos mismos principios como
cualquier otro respetable miembro de las sociedades donde se desenvuelven al
margen de sus propias creencias religiosas que son desde luego de carácter
íntimo?
Apelando a toda la humanidad, y fundadas en la razón, estas evidentes
verdades invocan una larga tradición de la ley natural que sostiene que existe
una “ley superior” del bien y del mal, de donde se deriva la ley humana, y
partir de la cual ésta puede ser criticada en cualquier momento. En
consecuencia, afirmamos que nuestro sistema político no debe fundamentarse en
la voluntad caprichosa de sus dirigentes, sino sobre un razonamiento moral
accesible a todos, porque si la razón es el cimiento de la visión humana, la
libertad debe ser, sin duda alguna, un objetivo y un derecho supremo.
Todos somos creados iguales, según la definición de nuestros derechos
naturales, por lo que nadie tiene derechos superiores ante sus semejantes. Más
aún, nacemos con estos derechos, no los obtenemos de gobierno o legislador
alguno, porque en realidad, los poderes de cualquier gobierno provienen del
consentimiento de sus ciudadanos. Nuestros derechos a la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad, implican nuestro derecho a vivir nuestras vidas como
nosotros deseemos y por nuestros propios medios, con la única condición, la
única limitante, de que respetemos el derecho de nuestros semejantes para hacer
lo mismo. Estos son los fundamentos de las sociedades libres, pero
desafortunadamente, no es el caso de nosotros los venezolanos desde hace un
tiempo para acá.
Continúa en una segunda entrega…
José Daniel Montenegro Vidal
@dmontenegrov1
Coordinador estadal de formación de cuadros