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Hace 40 años, a nuestro país se le conocía como “La Venezuela Saudí”, un sobrenombre que había nacido de la mano de una clase media pujante, con un nivel de vida que para las generaciones más jóvenes representa hoy un sueño lejano. Durante las últimas dos o tres décadas, hemos visto pasar frente a nuestros ojos con impotencia la degeneración absoluta de lo que fue para algunos una época dorada.

El venezolano ha sufrido golpe tras golpe la depauperación de su poder adquisitivo; hoy es capaz de adquirir tan solo una pequeña fracción de lo que era posible hace tan solo un par de años, y esta tendencia solo sigue agravándose. Con una hiperinflación que, de acuerdo a los propios números del Banco Central de Venezuela ha alcanzado durante los primeros cinco meses del año 2020 un 295,9%, y la acumulada desde el año 2007 es de 42.404.519.909,6%; una cifra monstruosa que refleja proporcionalmente la incapacidad del socialismo de construir desarrollo y propiciar la generación de riqueza.

Los bolsillos de todos son testigos directos de la estafa que ha generado el socialismo del siglo XXI para el futuro de todos los ciudadanos: miles de empresas quebradas, casi el 50% de la población desempleada, constante escasez de alimentos y gasolina en un país “petrolero”. Y aun así, el régimen de Nicolás Maduro sigue constantemente jugando con la esperanza de los venezolanos. Cada cierto tiempo, encendemos los televisores y nos encontramos con otra cadena nacional donde “para defender la dignidad de los trabajadores” se realiza un aumento del salario mínimo, respaldado por fantasías socialistas y acompañado de una aún mayor depreciación de la moneda, que deriva en el cierre de empresas que además de todas las trabas existentes deben hacer aparecer capital de la nada para pagar sus nóminas; pérdida de empleos y alza de precios, como lo hemos visto tantas veces en los últimos años donde el salario mínimo ha “subido” (entre comillas, porque en realidad los ingresos reales no han hecho sino disminuir con cada aumento).

El monto ya ni siquiera es simbólico: desde del 01 de mayo 2020, el salario mínimo es de cuatrocientos mil bolívares (Bs 400.000,oo). En el momento que escribo esto, el valor del dólar americano es de bolívares 290.000 por dólar, lo que nos deja un salario mínimo de 1.3$ mensuales. Por 30 días de trabajo los venezolanos ganan Bs 13.333 diarios, y 1.666 por hora trabajada. Números que nos permiten poner en perspectiva una situación que de no ser tan trágica, podría ser cómica.

En Venezuela hemos afrontado este problema de la manera incorrecta, la óptica socialista ha construido la falacia de que aumentar el salario es directamente proporcional a mejorar la calidad de vida y el poder adquisitivo de los ciudadanos, pero hemos aprendido que es totalmente mentira. Por lo tanto, a estas alturas debemos ser capaces de imaginar una propuesta diferente, que podemos construir entre todos y que nos invita a soñar con el país que queremos.

Esta propuesta, tiene que fundamentarse en 3 pilares básicos: la protección de la empresarialidad como la única manera de generar empleos, el logro productivo (trabajo) como la actividad más noble que permite al ser humano progresar en función de su esfuerzo, y la libertad como brújula mediadora entre ambos. Esto se traduce en un estado poco interventor y el capitalismo de verdad, aquel que respeta y nutre al individuo, como motor de prosperidad para nuestro país. Para efectos de este artículo, comencemos a imaginarnos algunas piezas de esta propuesta. Por ejemplo, la eventual eliminación del salario mínimo.

Cuando se menciona ésto, lo primero que encontramos es sorpresa, tenemos tan arraigado este concepto que muchas veces nos cuesta imaginar un mundo sin él. Pero debemos cuestionarnos si es tan importante como nos han hecho creer.

La realidad nos ha demostrado con creces que el salario mínimo tiene dos efectos que quizá no son obvios: primero, promueve el desempleo, hacer el empleo más caro cada vez solo reduce la capacidad de los empresarios de generar trabajos y consecuentemente deja sin trabajo a aquellos que pudiesen ser contratados. Segundo: el salario mínimo (y cada uno de sus respectivos aumentos) también aumenta los precios de los servicios y productos, de algún lugar debe salir el dinero para pagar estos sueldos y como el dinero no se crea de la nada (a pesar de lo que quiera decirte el Banco Central), estos costos deben ser incluidos en la estructura de costos de aquello que consumimos.

Esta fue la realidad a la que se enfrentaron en 2019 los ciudadanos de Nueva York cuando el salario mínimo en el estado aumento a 15$ la hora, en cuestión de días eran menos los puestos de trabajo disponibles y el costo de la vida aumentó proporcionalmente, para sorpresa de muchos que apoyaron este cambio.

La eliminación del salario mínimo significaría no solo en una baja del costo de la vida, también generaría mas oportunidades de empleo, incentivos a la competencia entre las empresas para ofrecer mejores oportunidades a sus trabajadores y estos tendrían libertad de ir a donde mejor le paguen. En ausencia de intervencionismo, el mercado garantizará y regulará el valor del trabajo, los bienes y los servicios, como se ha demostrado tantas veces, acompañado del estado de derecho, podrá entonces construirse esa dignidad de los venezolanos de la que tanto se ha hablado y poco hemos probado.

Esto es solo un pequeño abrebocas de la construcción de una Venezuela Tierra de Gracia que ha hecho ruptura con los paradigmas socialistas que nos han traído a esta tragedia que hoy vivimos, y que ha significado familias rotas, hambre y miseria.

Desde Vente Laboral asumimos la responsabilidad de sumarnos a la construcción de esta Venezuela, una Venezuela donde cada ciudadano tenga libertad de contrato, donde existan condiciones para generar riqueza y empleo. Pero esto solo es posible alcanzarlo en libertad y para recuperarla, debemos hacer una ruptura con todos los paradigmas que nos trajeron hacia la tragedia de la revolución. Tenemos el talento, los conocimientos, y las habilidades para cumplir ese deseo inmenso de convertirnos en un país de oportunidades para darle su sitial como tierra de gracia.