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Hablamos y hablamos de la crisis económica; hablamos y hablamos de la crisis política; se gastan horas discutiendo, analizando, alertando sobre la pandemia, sobre la violación de los Derechos Humanos en Venezuela, de tantos temas, y a veces esas palabras van perdiendo forma, sentido real, se van deshumanizando y quedando abstractas.

Sí, la crisis existe. Una crisis de múltiples facetas, de miles de expresiones; y la mejor forma de concebirla es a través de los rostros que la paceden.

Cuando camino los sectores de mi Puerto La Cruz, ya sea Valle Lindo, Valle Verde, Las Delicias, Agua Potable, Molorca, Tierra Adentro, Barrio Mariño, o cualquier otra comunidad, veo en los ojos de los niños la tristeza de los estómagos vacíos y veo la desesperanza y el drama en los rostros de sus madres.

Cada vez que he acudido al Hospital Razetti, principal centro de salud de la zona norte de Anzoátegui, o acudo a la Clínica Nazareth veo en la mirada de sus pacientes el miedo. Sí, el miedo ante las dolencias que sufren y el miedo de no ser atendidos como Dios manda por falta de insumos o medicamentos.

Cuando camino por las calles del centro de Puerto La Cruz me tropiezo con cada rostro compungido, con cada desánimo que me llena de desasociego, que me da una comprensión exacta de la caótica realidad que vivimos en nuestro país.

Y tú, te haz preguntado ¿cuántos adultos mayores son presas de la angustia? ¿cuántos padres desesperados se ponen las manos en la cabeza sin poder resolver la difícil situación que se vive en sus casas? Sabes ¿cuántos más, así como tú, se sienten atrapados en medio de un país que parece devorar toda esperanza?

Sin embargo, cada moneda tiene dos caras. Y así como vemos la cara del miedo, de la desesperación y de la desesperanza, igualmente observamos el rostro de la ilusión, la faz de una sociedad que por encima de «las crisis» – sí, así en plural – salen a la calle con la firma convicción que sí podrán avanzar hacia adelante.

Las crisis venezolanas tienen dos rostros. Uno que exterioriza la crueldad de la pandemia, la infamia de la violación de los derechos fundamentales de los ciudadanos, la fisonomía del caos económico, social y humanitario, y por el otro lado, se encuentra la cara de la Venezuela pujante, innovadora, los rasgos de la nación que no se rinde.

Pido a Dios que – tomados de la mano – logremos vencer los obstáculos, encontrar la forma de unirnos y sobreponernos a cada obstáculo y a cada limitante.

Y, por tal razón, todos los días me levanto de la cama con la fe puesta en Venezuela, y la esperanzas renovadas. Sé que juntos alcanzaremos la meta de cambiarle la cara a Venezuela y de regresarle la sonrisa a cada rostro venezolano.

Luchando, con confianza en el mañana y con pasión podremos construir una tierra mejor, podremos levantar nuestra dignidad y hacer que todo lo malo quede atrás, lograr un despertar y un renacer.

El futuro está en nuestras manos, no permitamos que la tristeza nos domine.

Pongámosle fuerza y ánimo a la lucha.