Skip to main content
immediate bitwave Library z-library project books on singlelogin official

Zibaoui, mi apellido es Zibaoui. Un par de descuidos me arrancaron para siempre el derecho a usar mi apellido. El primero, el descuido de una secretaria de alguna prefectura que quizás pensó que debía haber algo ilógico en tipear cuatro vocales consecutivas, nunca lo sabré. El segundo, el descuido de mi papá en no leer detenidamente mi partida de nacimiento. Zibaoui además representa a
un gentilicio, es el nombre con el que se identificaba a los habitantes de una pequeña villa mediterránea al norte de Palestina llamada Al Zeeb, y cuando digo los identificaba, es porque hace 26.663 días fue étnicamente desaparecida. El 14 de mayo de 1948 fue ocupada definitivamente por Israel. Pudiera decir que Al Zeeb es también mi hogar, pero eso sería demasiado ridículo, quienes me conocen saben que soy un hombre orgullosamente enamorado de mi ciudad natal, Maracay, un kilómetro y 50 años me separan en tiempo y distancia del lugar y momento casi exactos en el que nací.

¿Palestina o Israel? – Me pregunta una amiga en un mensaje que recibo en el móvil. Un par de cuadras más adelante, un conocido me formula la misma pregunta. A mí no me gusta hablar del tema. En un evento en la Escuela Básica de las Fuerzas Armadas, su director por esos tiempos me pide que le explique el conflicto en el Medio Oriente, me reí de buena gana y le contesté: «Almirante, usted es quien me puede explicar a mí», fue la manera más práctica que se me ocurrió para escurrir el bulto. Hoy me animo a escribir estas líneas.

Estoy seguro que en Jaffa, Ramallah, Gaza o Tel Aviv, unos niños juegan al fútbol en la calle. Sí, niños, sin otros adjetivos, que seguramente sueñan con marcar un gol en la final de la Champions League, unos con la franela del Barca, de la Juve y otros con la blanca del Real Madrid. En el Medio Oriente, todos, absolutamente todos son víctimas. Yo no pongo en dudas que en esos sitios hay una juventud efervescente que anhela una mejor vida, que tiene sueños y necesitan la libertad para poder ir tras ellos, que tienen un propósito altruista y los nobles pensamientos de los años mozos.

En Venezuela, cada vez que ocurre un hecho significativamente noticioso, parece que inmediatamente todos se convierten en expertos del tema, algunos citan al antiguo testamento de la biblia, hay quienes juegan con la supuesta nacionalidad de Jesús, hablan del bien y el mal, reparten culpas y hasta asumen posiciones. Muchos critican un día al racismo y, al día siguiente, meten a todos los árabes e israelíes, dependiendo de intereses particulares, cada quien en sacos separados y les vilipendian sin ningún tipo de rubor.

Vamos a los hechos, no hace falta hurgar en las sagradas escrituras, vamos a un lugar algo más cercano en el tiempo de la historia. Musulmanes y judíos llegaron juntos a España, y juntos también fueron expulsados. Pero como aún esos tiempos son lejanos sigue siendo susceptible al revisionismo histórico; vamos a un tiempo más cercano: el siglo XX.

Primera Guerra Mundial, los británicos convencen a las tribus árabes de iniciar una revuelta contra el imperio otomano con la promesa a cambio que obtendrían su independencia. Quizás los árabes no estaban preparados para esa nueva noción de país, eso también es un hecho cierto, anclados a un pasado glorioso estaban aferrados una estructura feudal de clanes familiares. Pero el hecho cierto es que los ingleses mintieron y no cumplieron. Como potencias victoriosas se repartieron el territorio junto a los franceses, mientras que en simultáneo hicieron la Declaración Balfour, que fue una manifestación formal pública del gobierno británico durante la Primera Guerra Mundial para anunciar su apoyo al establecimiento de un «hogar nacional» para el pueblo judío en la región de Palestina.

Segunda Guerra Mundial. La abominable tragedia que padeció el pueblo judío es algo que no debe olvidarse, ni tampoco debe repetirse jamás y nunca en la historia de la humanidad. Y sí, el pueblo judío tiene el derecho inalienable a la autodeterminación y a su identidad nacional, a su país libre, soberano e independiente. El detalle es que la partición de Palestina no surgió de un consenso, ese jactancioso supremacismo moral con que Inglaterra se deslindó de sus antiguas colonias, en algunos casos resultó en una tragedia para muchos seres humanos. El mandato británico en Palestina terminó abruptamente casi con un desdeñoso «Que se maten entre ellos» y, 75 años después, se siguen matando. El futuro inmediato fue peor, con las superpotencias jugando a la geopolítica por 50 años se fue potenciando la crisis y sus protagonistas; en el Siglo XXI, los actores son otros, los intereses distintos, el modelo de guerra es más complejo y, por consiguiente, se seguirán matando, seguramente, al menos 75 años más.

Un país, dos territorios. Casualmente, en 1947 el mundo también fue testigo de otro proceso de partición. El subcontinente indio. El imperio británico, antes de abandonar India, fue el promotor de la creación de dos Estados: India y Pakistán. Pakistán tendría dos territorios distintos, uno Occidental y otro Oriental, separados entre sí por la región de Cachemira, la cual irónicamente es de mayoría musulmana en posesión de India. El resultado de esa catastrófica decisión, entre otras, condujo a un doble éxodo masivo y, en simultáneo, que se cobró 10.000.000 de vidas y tres guerras, amén que Pakistán quedó condenado a ser un Estado inviable que terminó originando un tercer Estado.

Con los acuerdos de Oslo, en 1993, surge la figura de la Autoridad Nacional Palestina, una formalidad que le confiere cierta independencia, bastante ambigua, por cierto, al Estado Palestino. Pero ese acuerdo también resulta inviable por otorgarle a Palestina lo más parecido a un Estado, pero en dos territorios distintos. Pronto cada territorio tendría su propia dinámica, su propia realidad y su propia visión sobre sus vecinos.

En Venezuela hemos vivido, como ciudadanía, 20 años secuestrados por una parcialidad política, bien sea por acción, por coacción, por convencimiento o cualquier otro artilugio. La causa Palestina no es distinta. Cuidado con opinar sin entender eso. Cómo creyente del modelo de democracia liberal occidental, es lógico tener empatías con la causa israelí, pero debemos tener la cautela y la suficiente humildad para tratar de entender a muchos de los gentilicios en el mundo entero, que jamás han experimentado lo que es vivir en democracia y que, a su vez, interpretan ese ideal como una figura incomprensiblemente abstracta. El componente religioso siempre tiene una relación inversamente proporcional a los estándares de vida de la población, resulta menos importantes en estándares altos y viceversa. Eso explica en muchos casos el fundamentalismo y, en otros casos, la proliferación de nuevas manifestaciones de la religión. En Venezuela, por ejemplo, el auge que han tenido las iglesias evangélicas y el sincretismo afro-caribeño, a través de la religión Yoruba.

Occidente debe verse al espejo y aprender de sus errores. De alguna forma, esta guerra contra los autoritarismos se está perdiendo por la falta de empatía hacia los ciudadanos de otras culturas. Ese modelo que defendemos, que entendemos que funciona, que es útil al sano progreso de la humanidad es apenas una utopía, construirlo para la sana convivencia es un desafío que va más allá de las mezquinas actitudes de quienes se creen dueños de la verdad.

Yo quisiera poder ir a Achziv, como se llama hoy día Al Zeeb, bañarme en el Mediterráneo y regresarme a Maracay con la seguridad que ofrece una paz perdurable. Siempre seremos medio hermanos, eso para los que les gusta hurgar en las escrituras. Y para responder la pregunta entre Palestina e Israel: los dos. Yo tengo la esperanza que las nuevas generaciones logren expulsar a los señores de la guerra de sus vidas.

Raef Zibaqui

@RaefZibaqui